sábado, 7 de diciembre de 2013

Despertar en su propio infierno.

Riiiiiiiiiiiiing.
Sus negros ojos se abren de golpe, asustados por la luz del día, que no parecen tener ningún sentimiento para expresar. Desliza su brazo para llegar a la máquina que emite ese ruido tan molesto.
Riiiiiiiiii-.
Todas las luces de esa casa están apagadas. Se levanta dejando caer sus pies sobre el suelo helado, poniendo todo su cuerpo derecho para no caer. Anda hacia el lavabo, enciende la luz, ni siquiera mira al espejo para ver su apariencia, prefiere no hacerlo, no quiere llorar ahora, no tan pronto. Mira hacia el váter, pero gira su cabeza donde está la ducha. Entra, y deja caer encima de ella esa lluvia de agua limpia que está ardiendo. Sus músculos se relajan pero caen lágrimas saladas de sus ojos. 
Ya fuera de la ducha su cuerpo empieza a temblar de pies a cabeza. Se viste con una camiseta quizá tres tallas más grande de lo que ella debería usar, pero eso se ponía hace uno meses, luego unos pantalones también demasiado grandes, se pone un cinturón con muchos agujeros hechos a mano, al máximo, del pantalón le sobra más de un puño. Se tapa con una sudadera que cubre toda esa ropa que tan grande le va, se hace un moño con su largo pelo negro, y se dispone a mirarse en el espejo. Se mira, sus ojos no dicen nada pero su cabeza empieza a hablar, a decir cosas que ella no quiere escuchar. Encuentra en ella millones de defectos, no sabe qué más hacer, hace un pacto con el espejo, "Yo hoy no como si tú haces que esta voz se calle", aunque sabe mejor que nadie que ese espejo no cumplirá su parte del trato, lleva días diciéndole eso y no hay ningún resultado.
Sale de casa con esos ojos, que solo dejan ver muerte, bien abiertos, y con sus frías manos dentro del bolsillo sujetando el teléfono móvil. Hoy prefiere no escuchar música, quiere dejar que esa voz vaya hablando de fondo mientras el ruido del tráfico va aumentando. 
- Buenos días, ¿qué quiere tomar hoy?
Mira a la chica que le está atendiendo, con esa sonrisa de blancos dientes, pretendiendo sacarle una sonrisa a ella.
- Ehm... Un té... Cualquiera. - le susurra a la chica.
- ¿No quieres nada de comer? 
Entrecierra los ojos, con cara de odio.
- No. 
Asiente y se va. Se sienta en el primer sitio que ve vacío, sola. Le sirven su té y ella lo rodea con sus manos, para que se calienten. Siente como de golpe se empieza a marear y mueve la cabeza para los lados para no perder el conocimiento, aquí no, no en público.
Busca su muñeca entre la ropa y encuentra un reloj clavado en su fina piel. Se levanta, paga, y se va, andando lentamente, con miedo a que el frío de la calle le dé una bofetada en la cara. 
Camina sin rumbo. Camina, camina, mira un estante de un tienda de ropa, sigue caminando, y sigue.
Llega a un edificio muy conocido para ella, es allí donde muchas veces ha contado a una persona desconocida sus mayores temores.
Entra a la portería y mira a su alrededor.
- ¿Estás bien? - dice la recepcionista.
Ella ni le contesta y da la vuelta. Le da igual que sepan que ha ido pero no se ha quedado. Le da completamente igual. Por muchas veces que ella cuente lo que escucha y lo que ve, nadie conseguirá ayudarla. Simplemente se rinde.
Y empieza a correr hacia la playa, que se encuentra a pocas calles. Cuando llega se está ahogando, piensa que su corazón se parará si cierra los ojos, tiene miedo de que sus pulmones decidan dejar de respirar. Se tira encima de la arena, y empieza a tocarse su vientre plano, que notan las manos como cuchillos. Sus ojos empiezan a dar vueltas, y ella intenta ponerse derecha. Y esa voz le dice '¿Pensabas que ser perfecta era tan fácil? Eres débil, nunca lo vas a conseguir.' Se cae, y un chico parece ir corriendo hacia ella, pero lo aparta sacando las fuerzas que no tiene y echa a correr hacia su casa. Allí le espera su lugar favorito, donde se ha dañado a sí misma tantas veces, su habitación, donde ella antes dormía feliz y sin miedo de despertar, donde empezaron a aparecer esos fantasmas que la amenazan día y noche.