viernes, 28 de diciembre de 2012

Una historia más que contar. Número 4.

Están todos rodeando la mesa donde está un pastel que contiene 15 pequeñas velas encendidas, éste está delante mío.
- Venga, Irina, sopla las velas. - me susurra Rob a la oreja, con voz tierna.
- ¡Pide un deseo! - me chilla Víctor, aunque está a cinco centímetros.
Víctor aún es muy pequeño para entender que los deseos no se cumplen, aún sueña que algún día será un héroe, solo tiene 6 años.
Cierro los ojos y soplo las 15, cumpliendo las órdenes de mi hermano Víctor. 'Quiero ser la chica más perfecta del universo.'
Toda la gente sonríe, aplaude y cita el típico 'Felicidades'. Rob me acaricia el pelo suavemente y yo le dedico una sonrisa. Entonces es cuando suena el timbre y de detrás de la puerta aparece una chica alta y rubia, con piernas de infarto y cuerpo perfecto, que me sonríe con su dentadura blanca y sin ningún defecto.
- Felicidades, princesa. Siento llegar tarde. - me da un ligero beso en la frente. - La próxima vez juro que llegaré a la hora.
Siempre dice lo mismo pero, ¿quién no perdona a mi perfecta hermana Raquel? Ojalá fuera ella.
- ¿Vamos fuera? - me pregunta Rob.
Asiento y me levanto de la silla, huyendo de la toda esa familia que solo veo para celebrar algo.
- ¿Feliz? - me pregunta, sabiendo que la respuesta no va a ser afirmativa.
- Ya he perdido 15 años de mi vida, ¿tu qué crees?
Se encoge de hombros. Nos apoyamos en las vallas de un parque al cual hemos llegado. Pasa sus manos lentamente por los bosillos de su pantalón, mientras yo miro mis piernas, deseando que fueran las de Raquel. Del bolsillo derecho saca una caja de cigarrillos marca Winston sin estrenar, que seguramente ha robado a su hermano mayor, y del bolsillo izquierdo saca un mechero verde.
- No deberías fumar. - digo mirándole las manos.
- Tú misma lo has dicho, no debería.
- Eres menor.
- De aquí 182 días ya no. - dice mientras expulsa el humo que está volviendo, poco a poco, negros sus pulmones.
Me siento en el frío suelo, aún apoyada en las vallas. Desde aquí miro a Rob otra vez, la posición en que está, la cara seria que pone, y noto como mi corazón para de later cuando él me devuelve la mirada con una sonrisa dibujada en sus labios.
- Irina, ¿qué es lo que más deseas?
- Si te lo dijera ya no tendría gracia.
- Que infantil eres.
Bufo, odio que me digan cosas relacionadas con ser pequeña, infantil, o que me comparen.
- ¿Y tú, listillo?
- No sé... Quizá la felicidad, la vida perfecta...
El viento se lleva nuestras palabras.
- ¿Sabes qué? Este año, - digo mientras me levanto. - prometo cumplir mi deseo.
Rob me mira con una medio sonrisa, y yo hago un movimiento que da a entender que ya es hora de irnos.
Ya no sé como despedirme de él. ¿Dos besos? ¿Un abrazo? ¿Un beso en los labios? ¿O quizá solo le digo adiós? ¿Le digo 'te quiero'? Inspiro y expiro.
- Que acabe bien tu día, pequeña. - se acerca a mí, abriendo sus brazos para apretarme entre ellos, y seguidamente me da un beso en la mejilla, muy cerca de mis labios. Quizá demasiado cerca para que signifique simplemente un beso. Siento como nuestros corazones laten a la vez, haciendo de la despedida algo especial. - Buenas noches.
Entro a mi casa y voy directamente a mi habitación para encerrarme en un tranquilizante silencio.
Hoy empieza la lucha para ser perfecta. Para ser fuerte y brillante, para poder volar.
Pongo el espejo que puede reflejar mi cuerpo entero delante de mí, cojo un retulador de pizarra de los que se pueden borrar, y acerco la báscula a mi lugar. Coloco un boli y una libreta encima de la mesa, y al principio de la hoja escribo 'Cosas que tienen que mejorar.'
Me desnudo delante del espejo y solo hago que ver estrías y estrías, causadas por la grasa que me sobra. Demasiadas curvas. Nada de esto es lo que tiene Raquel. Empiezo a marcar con el retulador todo eso que sobra, todo eso que no debería estar ahí. Me peso, y unos números horrendos aparecen en la báscula, mi hermana debe pesar 15 kilos menos que yo, seguro.
Me vuelvo a vestir y escribo todo eso que está mal en la libreta.
Aún sigue todo en silencio.
Todo lo físico se puede arreglar pero, ¿y yo? Todo de mí es malo, todo lo hago mal, no hay nada que se me dé bien.
Leí en un blog que si te cortabas todo lo malo salía... Pero no creo... Pero por intentarlo no pasa nada... Quizá tienen razón. No lo dirían si fuera mentira, ¿no?
Cojo el cúter que utilizo para las clases de plástica y me lo acerco a la muñeca. Hago un corte superficial, pero no ocurre nada. Quizá tiene que ser más profundo. Otro corte, y noto como mis músculos se relajan, y otro, y otro, y otro, hasta que llegan al número 15. Caen gotas de sangre que manchan el suelo, pero no importa. Ahora me siento mucho mejor. Ya he hecho todo lo que debía hacer hoy. Mañana seguiré, mañana me haré más fuerte.


A la que me despierto noto como mi muñeca me escuece, pero es un dolor agradable.
Primer paso a hacer hoy: no comer.
Segundo: cortarme otras 15 veces.


Los primeros días comía lo esencial, y lo cortes aún no eran lo suficiente profundos. Pero con los meses las cosas fueron mejorando, yo cada vez estaba más delgada, más chicos me sonreían por los pasillos, más chicas me envidiaban, mis cortes eran más profundos, y por esa misma razón yo cada vez era más perfecta.
- ¿Estás bien? - me pregunta Rob.
- Fenomenal.
- ¿Temes a algo?
- A engordarme.
- Que cosa más estúpida.
- Más estúpido eres tú, imbécil.
Lo miro con odio en los ojos, antes su presencia me relajaba, ahora solo hace que irritarme.
En realidad tengo miedo, tengo mucho miedo, no quiero que sepa todo lo que estoy haciendo para gustarle, tengo miedo de que piense que estoy loca como dicen todas en el vestuario.
- Irina, yo... - se queda pensativo por un instante - Bah, da igual. ¿Sabes? Cada día te veo más delgada.
- ¿Y eso es malo?
- Y pálida. No pareces la misma de antes.
Ni quiero parecerlo, antes era una foca, ahora la ropa de Raquel me queda perfecta. Pero debo perfeccionar más mi figura, quiero ser mejor que ella.
- ¿A caso te importa? - le pregunto con asco en la voz.
- Claro que me importa, tonta. Eres la persona que más me importa en este mundo. - me sonríe, cosa que me hace sentir mal.
Niego con la cabeza y me voy dejándolo solo, sin despedidas.
Cuando llego a casa, Raquel me espera.
- ¿Crees que esto es una competición? - dice, con voz furiosa.
- ¿Eh?
- Se te ven los huesos, las mejillas las tienes metidas hacia dentro, pareces una muerta de hambre.
- No exageres.
- Das asco. - eso ha dolido.
- Tú si que das asco, que se te ve la barriga a un kilómetro de distancia.
- Sigues dando más asco que yo, Irina.
- Raquel, no me sueltes sermones sobre como tengo que estar. - 'Esto es por tu culpa, por la envidia que te tenía y te tengo. Porque aunque yo ahora estoy más delgada que tú, tú sigues siendo perfecta y yo no.' - Me repugnas.
- ¿Qué quieres conseguir?
- Ser mejor que tú.
- Ya lo eras, pero la has cagado.
- Cállate, puta.
Su mano derecha colisiona en mi mejilla izquierda, dejando sus cinco dedos como marca.
- Te odio. - estoy chillando, estoy perdiendo la cabeza.
- Como no subas de peso irás a un manicomio, y te aseguro que no te va a gustar.
- Tú no me tienes que controlar.
- Tienes toda la razón, es tu madre quien tendría que hacerlo, pero está demasiado ocupada para darse cuenta de que te está perdiendo, igual que pasó conmigo.
Y habiendo dicho eso, abre la puerta y sale de la casa.
Me desplomo en suelo, y lloro. Noto como mis huesos se clavan en mi blanca piel.
Tardo media hora en levantarme, pero diez minutos en cortarme 15 veces, ya no es suficiente. Nada me parece suficiente.
Suena el teléfono.
- Irina, te necesito. - es la voz de Rob.
- ¿Qué?
- Necesito que vuelva la chica que hace 182 días me dijo que iba a cumplir su sueño.
- Y es lo que estoy haciendo.
- ¿Y ahora ya me puedes decir qué era?
- Ser la chica más perfecta del universo.
- ¿Y no lo eras?
- No. - escupo todas las palabras que salen de mi boca.
- Para mí sí, ¿sabes?
- Rob, tú no eres el centro del universo.
- Pensaba que sí lo era para ti, igual que tú lo eres para mí. Has hecho de ti un monstruo.
- Se me olvidaba, feliz cumpleaños Rob, ya eres mayor de edad.

Y esas fueron las últimas palabras que escuché, 'has hecho de ti un monstruo', ahora ese monstruo yace sin vida, solo pero perfecto.

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domingo, 2 de diciembre de 2012

Una historia más que contar. Número 3.

Otro día más, otro día que olvidar.
Me siento en mi sitio, sin nadie al lado, como siempre. Nadie me dice buenos días, ni siquiera me dedica alguien una sonrisa. Mientras saco las cosas de mi mesa para empezar la primera clase puedo ver como chicos y chicas se saludan con dos besos o con abrazos. Una mano desconocida me baja el gorro que llevo y hace que me tape la cara, y se escucha como las cosas que habían en mi mesa caen ahora al suelo. Suspiro, noto como mi aliento se choca con la lana del gorro. 'Estás mucho mejor con la cara tapada, bicho.', dice una voz cercana a mí, probablemente quien a tirado mis cosas. Reprimo mis lágrimas, me muerdo el labio por debajo del gorro y me lo quito, intentando parecer más fuerte de lo que nunca llegaré a ser. Recojo mis cosas, y busco entre los pies de mis compañeros de clase los cuatro bolis que me faltan, uno verde, otro azul, otro rojo, y el último, el negro. De ese color lo veo todo, negro, como el carbón. Un pie con unas botas de tacón de aguja me empuja para que caiga, y por desgracia lo consigue, y ese precioso tacón me lo clava en el centro de mi mano derecha, lo cual provoca que me salga un moratón. Me levanto, con gotas de agua saladas a punto de caer de mis ojos, pero les impido la salida. El profesor llega, los alumnos se sientan en sus respectivos sitios, el hombre mayor les manda callar. Siempre he pensado que los profesores están ciegos. ¿Nunca han visto nada de lo que mis compañeros me han hecho durante todos estos años? Bueno, no pasa nada, pronto terminaré con esta tortura de una vez, yo solita, como siempre he hecho.
La hora del patio llega, pero no estoy dispuesta a que me vea nadie allí sola, así que me encierro en el lavabo, ya es rutina. Me siento en la tapa del váter y hundo mi cara en la bufanda que llevo puesta. Y de vuelta a la clase, entre empujones, pero hay algo que no puede faltar. Un chico de ojos verdes me hace la zancadilla y caigo dando vueltas por las escaleras. Noto como mi labio inferior se empieza a hinchar. Las dos siguientes clases pasan, con algunos insultos como torpe, idiota, fea, gorda, rara, asquerosa. Pero, ¿qué más da? Pronto le pondré fin.
Salgo la primera de todo el instituto y echo a correr. En diez minutos llegaré a casa y todo acabará, hoy es el día, mañana será todo muy diferente.
En un semáforo un coche casi me atropella, estaba a cinco segundos de haberme hecho mi trabajo más fácil, pero no, mi vida nunca hará que nada me sea fácil.
Subo los ocho pisos que me separan del suelo, ya que en este dichoso edificio no hay ascensor.
Llego a mi casa, solitaria, solo se escuchan las agujas de los relojes de la casa. Nadie estaba allí, nadie me estaba esperando con los brazos abiertos.
Tiro mi mochila  y cojo un papel y con mi penosa caligrafía escribo un 'Lo siento, no aguantaba más. Gracias por hacerme entender que vivir no era mi elección, sino la vuestra. Gracias por estos catorce años de tortura'.
Abro la puerta del balcón, me subo a la barandilla y me dispongo a saltar.
Adiós.


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