domingo, 26 de agosto de 2012

Pensando en todo y en nada.

Me siento en el sofá de casa, sola, dejando que la brisa de este día nublado roce mi piel. La voz de algún cantante suena por los altavoces de mi ordenador, poniendo al mismo compás los latidos de mi corazón. La soledad acompaña a mis pensamientos, diciéndome que no tengo nadie con quien compartir mis sueños.
No necesito levantarme para poder ver que el viento mueve las hojas de los arboles de la calle, que parecen suspiros porque alguien falta. También puedo ver las blancas nubes deslizándose suavemente por el cielo, que dejan entrever un azul claro más arriba, donde dicen que está el paraíso.
Entonces, tan molesta como siempre, suena una sirena de una ambulancia.
Pero no es el sonido el que me molesta, sino las consecuencias de él.
Puedo ver como algunos lloran preocupados desde sus casas, otros que agarran con fuerza la mano del que está estirado en la camilla, puedo ver algunos niños que no entienden lo que pasa, pero saben que algo malo ocurre.
Noto una gran angustia, pensando que también puede ser que yo conozca a la persona que va dentro de ese vehículo, que quizá de aquí unos minutos puedo recibir una llamada que me haga llorar. Una maldita llamada que hará que me sienta el ser más inútil del mundo.
Pero gracias a Dios, esta vez, yo no voy a recibir ninguna llamada. Yo voy a seguir estando sola, escuchando alguna triste canción y observando mi alrededor, pensado en todo y en nada.



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